26 de marzo de 2012

Morir desangrado.


Desde luego, si ahora mismo intentasen darme un hachazo, no podrían. No porque lleve una armadura ni sea de piedra, sino porque llevo tantas hachas y puñales clavados, que creo que no cabe mi uno solo más en mi pequeño cuerpo.

La amistad, qué gran palabra. Mis padres me preguntan porqué no confío en la gente. Porqué soy tan sincera que rozo la crueldad. Porqué no tengo ni una pizca de cariño para los demás. La respuesta es sencilla incluso para la gente con menos luces; siempre que he confiado en alguien, siempre que he descuidado mi retaguardia, me he llevado un gran hachazo bien cargado de absoluta decepción.

Llegados a este punto, se me quitan todas las ganas de relacionarme con otros seres humanos. Existe gente buena, si, pero ¿de qué me sirve si ya no soy capaz de disfrutar de la confianza que conlleva una gran amistad?. Me pregunto dónde coño se habrá dejado la educación, la moral, el respeto y el compromiso la gente de mi edad. Me pregunto si es culpa de la generación anterior; sus padres. O si es una epidemia de terrorismo, de sobrevivir jodiendo a otros.

Sea lo que sea, con esta gente de mierda que abunda en la vida, creo que seré infinitamente más feliz viviendo con unos cuantos gatos. Independientes, como yo, pero fieles compañeros.

1 comentario:

Enerre dijo...

Es curioso ver como la gente confía en el resto de personas,
sintiendo que van a ser correspondidos de por vida.

Es curioso porque, aunque todo el mundo quiera corresponder,
siempre tendrán tantos hachazos clavados que volverán a decepcionar.

Así se genera un mundo lleno de rigurosas personas
que ni disfrutan, ni dejan disfrutar.

La clave es abrir el corazón
y estar dispuesto a intentarlo.